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Una persona

Y un día llega alguien y te rompe los esquemas, pero no las estructuras. No sabés cómo hace pero te enseña a vivir mejor, y vos querés tomar esa oportunidad, querés escuchar a esa persona, querés hacerle caso, sin dudar ni medio segundo. Un día llega alguien y empezás a sentir que merecés amor, y también darte amor. Esa persona te pone frente al espejo, te dice que te mires, que sos increíble y que podés todo lo que quieras. Esa persona te está motivando a hacer todas esas cosas que pensaste que no podías. Te está diciendo que podés, que nunca es tarde. Te recuerda lo que olvidaste cuando la vida por delante era toda de verdad, te recuerda lo que no pensabas desde tu infancia, cosas como lo inteligente que sos, lo fuerte, y esa clase de cosas que tiene la inocencia de no conocer el mundo, pero tener ganas de descubrirlo. Esa persona, te está agarrando la mano y te está diciendo que no tengas miedo de vivir, que borres el temor de tu cabeza: Sí que sos capaz. De mucho, de todo, de lo qu
Entradas recientes

Un verano

Todo empieza con una foto, no demasiado sugerente. La primera foto: Te doy permiso. Eso le dijiste, estoy segura. La dejaste que ponga una foto con vos. Si vos no la dejabas, no lo iba a hacer, ella sabe que eso es invasivo. Nace una historia de amor. O algo así. A mí no me decís más nada, te olvidaste del verano pasado, te olvidaste cuando nos revolcábamos en la arena mientras nuestros amigos abrían una lata de cerveza atrás de la otra que sacaban de esa heladerita de telgopor que compramos a la pasada de la playa, un día con muchísima resaca, para seguir escabiando. Hace tiempo que te habías borrado, te portabas bien. No conmigo, con ella, pero era un fantasma, nadie sabía de dónde era, cómo se llamaba, ni cómo se veía. No estaba segura, pensé que a lo mejor estabas con la facultad, pero algo sospechaba. En el grupo de whatsapp nadie decía nada. Te borraste un poco. Me enamoré de vos, pero vos no te diste cuenta de que te enamoraste de mí, no te acordás ni ahí de cómo me miraste ese

Cabos sueltos

Rocío llegó tarde al trabajo, otra vez. Se quedó dormida, de nuevo. Cuando por fin, el sueño la venció a las seis y media, no pasaron ni veinte minutos y el despertador sonó, pero lo apagó y hasta una hora y media después no volvió a despertarse.  Saltó de la cama, se puso el uniforme rápido, apenas llegó a peinarse y mientras se lavaba los dientes, pidió un taxi al que se subió con los zapatos en la mano cinco minutos después. La noche anterior había sido peor que las demás, porque esta vez, Hernán no volvió a casa, a pesar de los treinta y cuatro mensajes de Whatsapp, de las quince llamadas y los siete mensajes de texto. Todos los martes hacía lo mismo: El fútbol con los muchachos y una birrita. Se iba a las siete de la tarde y volvía a las tres de la mañana, completamente birracho y algunas veces, con una zapatilla menos, o sin la mochila. Rocío, resignada, lo esperaba sentada en el futón del living con una frazadita y cuando él cruzaba la puerta, se levantaba y revoleándosela con i

Bloques de colores

  Para Morena y Marcos. El primer día de la salita de cinco, Paz entró al jardín la una de la tarde, apretando la mano de su mamá bien fuerte. La pequeña, de ojos grandes y energía vivaz, la soltó apenas vio, adentro de la sala, al lado de la maestra, a ese niño de ojos hermosos y sonrisa implacable.  Paz miró a su madre y simplemente corrió, a sentarse a la derecha de su compañerito, que jugaba con unos bloques de madera de colores. – Hola ¿Me mostrás que es eso? – Preguntó Paz entusiasmada. – Son bloques, para construir.  Esa tarde se dijeron sus nombres y construyeron un castillo multicolor juntos. Paz salió del jardín y le contó a su mamá que tenía un nuevo amigo, uno mejor que todos los demás. En su inocencia, de cinco años, él era el más divertido y simpático. Joaquín era distinto: Porque nunca antes, había tenido tantas ganas de jugar, durante todas las horas del jardín con nadie. Paz era amiga de todos los nenes y todas las nenas, y por su temperamento sociable, siempre iba, un

Carolina

  La primera vez que Carolina vio a Andrés, fue en una juntada random con unos amigos de Paulina. Él se estaba fumando un porro en el patio, abajo de una parra, sentado en una silla plástica, desgarbado, completamente relajado.  Ella salió a fumar y fue lo primero que vio: Esos ojos, esa mirada.  Andrés le voló la cabeza, desde el primer minuto. La miró, no dijo nada. Esa noche no se dijeron nada. Carolina estaba de novia con el hermano de Paulina, que también era su amiga. No podía hacer mucho: Andrés se la comía con la mirada, fumado. Paulina se dió cuenta. – ¿Te gusta? Mi hermano es un forro. Hablale. – No da, boluda.  – Pero te gusta. – Me encanta ¿Cómo se llama? ¿Cuántos años tiene? – Andrés, es amigo de Jimmy. Tiene 31. Carolina pasó la noche entera cruzando miradas con él.  Pero en algún momento terminó y Andrés desapareció. No pasó mucho tiempo hasta que volvieron a verse.  Un sábado Carolina fue al bar del pueblo con sus amigas. En la puerta, estaba Andrés: Era relaciones públ

Virgo con ascendente en Leo

La monotonía y los cuarenta le pisaban los talones.  El trabajo como médica forense: Los días laborales de lunes a miércoles en la morgue, la docencia en la facultad de medicina y las guardias de los domingos. La casa de doscientos metros cuadrados, el jardín inmenso, el quincho con parrilla para las reuniones con amigos los viernes. El último abril, los quince años de casados con Roberto, también médico, pero ginecólogo. Mercedes llevaba esos casi cuarenta años de la mejor forma posible: Su cabello rojizo natural, ondulado, que descollaba su piel blanca, casi transparente y sus ojos verdes. Pese a tanto trabajo no tenía ni siquiera una arruga, pero eso, se lo adjudicaba a dos cosas: La buena alimentación y no haber tenido hijos. El carácter vital y empoderado la había llevado a elegir cada paso que dió: Una carrera que la apasionara, la edad ideal para casarse, cuándo comprar la casa, cuánto ahorrar, la cantidad de vacaciones al año, a qué hora levantarse y acostarse, qué comer. Todo,